Pequeña muerte también la de ver a la mujer de tu pasado, saberse nuevo, otro, que aquel que le hacía el amor cuando adolescentes. Es el mismo olor, sin duda, el de sus pechos y el de su espalda. Los ojos llorosos son los mismos. Los ojos. Llorosos. Pero su saliva sabe diferente. SSo distintas las palabras cuando las decimos hablándonos como viejos enemigos. O como viejos, punto. Viejos a punto de morir al momento en que ella me dice, acostada en el sillón de piel en la primara planta de su casa, que es momento de la despedida. Volveremos a encontrarnos como dos cadáveres que han sido enterrados en su jardín y han florecido como nardos.
***
24/08/09