Uno piensa que los
viejos son brutos. Que su morosidad, su desmemoria, y su aparente falta de malicia se debe a que han vuelto a la niñez. ¡Ningún mito más imbécil! Sepámoslo de una vez: el silencio de los viejos está ensopado en bilis. Es su pesimismo el que los resigna a no desperdiciar un maldito hilo de baba en rebajarse a las discusiones de nosotros los jóvenes, de nosotros los enfermos feromonales.
***09/07/07