Sexo en la ciudadSi hay una frontera en las ciudades grandes como Los Angeles y DF, es la frontera del sexo. Nadie se atreve a hablar de ello, pero hay una frontera entre aquellos que no tienen vida sexual, y los que sí. Y, aún más, entre los que quieren y no lo obtienen. LA y DF son ciudades opuestas en este sentido. En DF pesan las normas morales, México. Pesa el país. Hay tanta soledad entre las parejas potenciales. Y hay tanto sexoservicio, que me hace pensar que el sexo se ha reducido a una cuestión de poder o de dinero. Vivir en DF me ha hecho pensar que este blog debería ser sobre sexualidad. Es imposible coger sin tomar en cuenta estos factores en Ciudad de México. Estamos condenados a la nostalgia por nuestras exparejas, o a las páginas pornográficas. Si no es que adelantamos el significante de poder, jamás gozaremos de la plenitud de nuestros genitales -circunstancia azarosa, o provocada-. He pensado en lo que Yépez me dijo sobre el ser ensayista: uno lo piensa todo, y ahora pienso en la soledad genital. Veo las fotos de mis amigos en Facebook o en sus blogs (Pedro, Jaime, Chloe), y pienso en las escenas innombrables de un futuro que ocurrie en este instante. Ahora escucho una bandada de gatos maullar en brama. Y configuran la banda sonora de una orgía en mi cabeza. Quizas me falta amor, y mi mujer se encuentra a miles de kilómetros de aquí. Y pienso en ella mientras me masturbo. Pero hay algo más: la posibilidad latente de los dispositivos fortuitos. Qué hay de los dispositivos confesionales del Internet. En LA, como en Nueva York, hay un olor espeso ha sexo constipado: el sexo que no debe nombrarse, y se hace a escondidas en sus bares. En Europa era todo más sencillo: en Copenhague los mexicanos somos hobbits, máquinas sexuales alistados para el sometimiento erótico de una sociedad vikinga. La atmósfera de la soledad es en el fondo hipocresía.
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02/07/08