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Juan Carlos Reyna (Tijuana, 1980) es músico y escritor. Aunque despanzurra en numerosos periódicos y revistas, es en esta bitácora donde revela sus entrañas más agrestes, su intimidad acojonada.


Porfirio Reyna Aguayo (1936-2000)
Hace años murió mi padre un 11 de julio. Desde niño abandonó Sonora, para vagar por el mundo hurgando el sentido de las cosas. Dejó de ver a mi abuelo de muy pequeño, cuando éste decidió irse a pelear en las guerrillas de la postrevolución. Pocos días antes de que porfin volviera, le envió una carta con una fotografía donde vestía un impecable uniforme de general. El día que mi abuelo llegaba el pueblo se le recibió con música y fandangos, y mi padre en brazos de mi madre al frente de la comitiva. Pero cuando el ferrocarril paró, y se abrió el primero de sus vagones, ahí estaba mi abuelo muerto: ejecutado a balazos, la sangre todavía caliente escurriendo de raíz. Mi padre nunca tuvo padre, y por eso nunca supo ser un padre perfecto. ¿Qué otra cosa puedo sentir si no compasión infinita? Recuerdo que íbamos al teatro juntos, recuerdo que le gustaba escucharnos a mi hermano y a mi tocar guitarra en el patio de la casa antigua. Y lo recuerdo pelando una naranja recostado en un sillón, sufriendo una atroz migraña, buscándole sentido a esas vueltas infinitas de la fruta cítrica que está por acabarse. La muerte duele, pero también descansa. Cómo descansé cuando la doctora salió del quirófano para darnos la noticia. Le había llorado antes de morir. Ahora lo siento vagar en el espacio, suspendido sobre la ciudad mientras yo la camino intentando ocultarme de su sombra. Es preciso dejarlo morir en paz, me digo, y orar por su descanso eterno.
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11/07/08

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