Para leer el espectáculo de lo oriental

El arte chino es terapia que no prescribe: inconsciente exorcizado que revela la aspiración a incorporarse a un mundo globalizado sin dolor.
Zhang Huan (An Yang, 1965), el más controvertido de sus exponentes, ha logrado cautivar a la crítica especializada por espectacular, perturbador y, sobre todo, eficaz. Huan mancomuna política y metafísica con fines identitarios, mientras amarillece estrepitosamente el mercado internacional. Se trata de un artista deliberadamente crítico, pero que a la vez promueve un misticismo des-legado y harto condescendiente con el apolitismo candoroso del mercado internacional. A su sofisticado regodeo en las técnicas europeas se suma el oportunismo ideológico de quienes pretenden (académicos y coleccionistas por igual) enjaretarle un cosmopolitismo falsamente emancipado. El éxito de éste y sus coterráneos es el síntoma más exquisito de la orientalización de la economía mundial, y también el más oportuno: el arte chino hace de sí mismo mito reconstruyendo los mitos fundacionales que, de paso, han dado a China una identidad mejor adaptable a la modernidad.
(Más de mi ensayo en Picnic)***
03/07/08