Los últimos seis días de mi vida he tocado fondo. Al llegar del sur al Centro Histórico me han impactado los resquicios más montruosos, los más pequeños, de esta ciudad al filo del colapso. Ciudad de México está en la manteca que nos queda cuando los puestos de comida levantan sus carpas en la madrugada; ciudad de méxico, con minúscula, esta pegado en el pavimento que suda picante. Me he hospedado en el Virreyes junto a Benassini, quien ha volado a Hermosillo para ver a su mujer. Me he quedado con esta suite decadente junto a los moscos que comen mi cuerpo descarados, la plaga. La soledad del centro, ahora me digo, es un tacón de punta clavado en mi corazón. Desde el martes no he dejado de beber, de inhalar, de fornicar con estas mujeres desconocidas que se tienden plácidas sobre mi cama. Estos seis días he tocado fondo: al pensarlo ahora que todo ha pasado me sumergo lento en esta aceitosa depresión. Huele a cigarro o, mejor dicho, a ceniza. Muerte candorosa que vive temblorosa adentro de mi cuerpo. La única razón por la que he salido adelante es el anuncio de una beca, y el anuncio de un premio literario. Veo el día volver a oscurecer, y pienso en comprar un boleto de avión temprano en la mañana. Hay sombras que habitan las paredes, desde donde me observan, advirtiendo el riesgo de volver a ser un feto acurrucado entre las cobijas. Necesito escapar de aquí.
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11/05/08