Hirschhorn o el desbordamiento modelable La obra de Thomas Hirschhorn (Berna, 1957) no es política, sino egodistónica.
Toda es sublevación delirante, autoindulgencia comprometida: al combatir los espasmos de una tiranía imaginada, solapa el yugo de su condescendencia antropocéntrica. Celebradas sus instalaciones subversivas, mancomuna teoría y praxis en un arte deliberadamente narcisista. Stand Alone y Poor Tuning se regodean, así, en el aparente individualismo sedicioso: evocaciones desbordas de romanticismo y osadía, atribuyen al artista un mesianismo emancipador. Hirschhorn encarna, en la espectacularidad de su obra, una dialéctica que lo confronta a superestructuras represoras que aparentemente conspiran desde la cultura.
En ambas exhibiciones el enemigo es abstraído a la dimensión de lo retórico y, en el "mapa" conceptual que guía Stand Alone, se le arremete con un manifiesto de creencias. A las preguntas "¿Dónde estoy parado? ¿Qué es lo que quiero?", Hirschhorn responde "Necesito ser un guerrero (…) autorizarme a dar forma". Al grito de "Energía = ¡Sí! Calidad = ¡No!", enfatiza la tríada "Mi trabajo-Mi posición-Yo" como principio de un heroísmo ensimismado. "Mi problema como artista es", advierte, "¿Cómo puedo tomar una posición?" Su problema como artista, sin embargo, no éste ni comprometerse "con la forma": su problema es saber conciliar su "urgencia" de "actuar sin cabeza" con la legitimación del mercado que alimenta su existencialismo inofensivo.
¿Cómo es que Hirschhorn cotiza jugosamente en un sistema que cosifica la política? La resolución del principio democrático por excelencia, el no-sacrificio, es descartada en su afán de "tomar posición" y en su empeño de concebir "un trabajo que vaya más allá de la historia". En su liberalismo desbocado, empero, Hirschhorn se exhibe un individualista ostentosamente insuficiente.
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26/05/08