
Hace poco Paco me comentó que iría a ver a
Bob Dylan junto a Lucy. Nunca me animé a acompañarles por la estúpida razón de que me parecía que sus contribuciones a la música habían sido harto sobreestimadas. Sin embargo, luego de haber visto
I'm not there (2007), de
Todd Haynes, me animé a revisar detenidamente su discografía de finales de los sesentas. Bob Dylan resultó, como diría
Kris Kristofferson, un disparo divino que penetró en mi corazón. Muy aparte de que la película es una épica soberbia alrededor de las contradicciones de un artista tan excéntrico, mis motivaciones empalmaron mejor con la inestabilidad emocional que había sufrido yo durante los últimos tiempos. No quiero caer en cursilerías pusilánimes, pero sinceramente me identifiqué con buena parte de las letras que, más que protestar contra las condiciones de una sociedad sumida en la pasividad, apostaban a una revolución personal: a una revolución del espíritu. Charlatán místico, bufón chamánico, y humano como todos: ¿Quién no se identifica (con algunos de los) Dylan? En este instante vuelvo a escuchar
Blonde on Blonde (1966) mientras termino de estudiar mis apuntes de posgrado en la casona familiar. Vine de visita con mi madre, y me ha servido el retorno momentáneo al origen familiar para examinar a perspectiva el rumbo que ha cogido mi existencia. Me he reencontrado con antiguos amigos y amores, y estoy medianamente seguro que todo marchará a mi favor de ahora en adelante. Pienso ahora en una canción de Dylan que, aunque ñoña, me ha llenado la entraña de una nostalgia cariñosa y simpatética. Se las dejo aquí, ilustrada con una escena de la cinta arriba mencionada e interpretada por la conmovedora mancuerna hecha por la hermosísima
Charlotte Gainsbourg y el malogrado
Heath Ledger:
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23/05/08