
En el recorrido que hice ayer con
Daniel Ruanova (Tijuana, 1976) por algunas galerías, descubrí la obra de Ulises Figueroa (Ciudad de México, 1977) en
Garash. Al ingenio de un Orozco, a quien alude evidentemente en algunas de sus piezas, el escultor de 31 años ha logrado revestir el arte conceptual de un humor taxidérmico. Su exposición en la galería de la Roma mancomuna con una inocencia que conmueve el espacio de exhibición y la aparente aspiración a construir una colección de excentricidades. Es lo más cercano que una galería estará de esas tiendas de antiguedades y rarezas que se encuentra uno en los barrios de Europa del Este. También, es lo más cercano a una sala de momificación en donde se ha disecado un imaginario fabulesco: el salvajismo animal se ha reconciliado con la modernidad apabullante para ofrecernos una lección que nunca se nombra. Es como si un surrealista pretendiera dar un sermón absurdo de moralidad. Figueroa, por ello, me parece de lo mejor que he visto de su generación. Curiosamente, también Ruanova es otro de los artistas que desde hace algunos años no ha dejado de impactarme. Ruanova, a diferencia de Figueroa, es un artista político - pero más que político, "infrapolítico". No hablaré en este post de la obra de Daniel, a su obra dedicaré un espacio más adelante. Lo que sí diré es que artistas como estos obligan a hacer una crítica de ideas más que de reseña. Ayer, por ello, decidí reencauzar el libro que escribo subvencionado por una beca del FOECA hacia la obra de esta generación.
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27/05/08