Todo lo que llamaba vida cambió en el lapso de semanas. Me mudé a otra ciudad, consumé una relación sentimental de siete años, encaré la necesidad de abandonar mi conchudez post-adolescente y, por si fuera poco, me vi en penurias económicas como nunca antes. Decidí hacer de esta bitácora un registro de estos días. Leí esta mañana un poema de mi amigo
Carlos Adolfo, ahí una víbora se descascara escama por escama. En esta mutación me he ensimismado lejos de la calle. Apenas una cena el otro día junto a
Nicolás y Laura,
Luigi,
Heriberto y
Mayra; ayer a la tosca soledad de Garibaldi con
Benassini, pero nada más. Extraño la convivencia con una mujer, y a la vez me resigno a dar un paso en el vacío. Un cansancio más allá de la tristeza amenaza con invadir mi insomnio. Pero, entonces, pienso el abismo que me espera. Hay una idea sobre ello en la metafísica de
Heidegger, para quien "abismarse en el todo" es entrar a una negritud iluminada: no saber que es lo que seguira y, sin embargo, atreverse a dar un paso hacia lo que desconocemos. Pienso también en mis pendientes más rústicos: las tareas de la maestría, los artículos que debo, los recibos que urgen cobrar. Entonces emprendo el camino: la maquinaria cotidiana que se inflama.
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Miércoles 30 de abril, 2008