
No tengo porqué aclarar mi postura ante el conflicto en las entrañas de lo que queda del
Colectivo Nortec. Nunca pertenecí al grupo, sólo colaboré esporádicamente con ellos. A pesar de ya no seguir tocando, grabé con
Pepe su
último disco. Hice lo mismo con
Roberto, quien poco después me invitó a unírmele en su
proyecto luego que el colectivo se desarticuló. Estando, sin embargo, en DF, nunca me enteré de la conmoción que provocó que Roberto haya registrado el término "Nortec". La conmoción, en verdad, no era para menos. Y es que para la gran mayoría de tijuanenses, "nortec" es muchísimo más que una franquicia musical. Fue el nombre que mi generación le dio a la esperanza de un mejor mañana para una ciudad a punto del colapso. Una cursilería real, sí, pero con mucho sentido. No estaba todo perdido, y al caer la noche había razón para hacer de la pista de baile un espacio que lo integraba todo: el amor juvenil, el despertar a la violencia, el celebrar de nuestras flaquencias; en fin, el desenfreno de una generación que vomitaba creatividad y melancolía. Junto a Nortec, las artes visuales despuntaron, la literatura se puso en el mapa mexicano y, sobre todo, una generación le dio nombre a un aire particular que se respiraba por aquellos tiempos. Los medios y la generación más joven nunca entenderán del todo esto, sin embargo han intuido lo suficiente para despotricar amargamente en contra de Roberto. Es absolutamente justificado el enojo de la mayoría, y yo no estoy dispuesto a compartir -ni tangencialmente- las consecuencias de tan complicadísima situación. Por ello he decidido, desde hace días, no seguir colaborando con Nortec Panoptica Orchestra.
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Jueves 1 de mayo, 2008.