De mis debilidades, el vino compartido con mis amigos es el que más añoro en mis etapas de encierro y misantropía. El fin de semana me emborraché con dos botellas chilenas, las más sabrosas que hallé, luego de haber visto junto a Mely Barragán, Daniel Ruanova y Jaime Ruiz-Otis la portentosa retrospectiva de
Robert Irwin en el
MCASD. Terminamos en el departamento de los Ruanova-Barragán, luego de la gozosa resaca que nos dejó una enorme pieza de concreto iluminado por un diagrama de luz de perfecta matemática. El trabajo curatorial de Lucía San Román es practicamente intachable en el museo sandieguino. La conversación fue en su mayoría sobre los caprichos del pensamiento crítico, la construcción de las tradiciones curriculares y, sobre todo, la calidad regional de los caldos tintos y el humo guadalupano. Pincha
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Día Siete.
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22/10/07