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Juan Carlos Reyna (Tijuana, 1980) es músico y escritor. Aunque despanzurra en numerosos periódicos y revistas, es en esta bitácora donde revela sus entrañas más agrestes, su intimidad acojonada.
Crónica de la ciudad que da vuelta al mundo
En Washington el cinismo es moneda común en el metro que corre en el subsuelo. Todos piden dinero, desde la sofisticada arquitectura del World Bank hasta los mendigos. Se trata de dinero, sabedora esta gente de que al final de cuentas en occidente es lo único que importa. En Washington manejan Aston Martins y Ferraris, pero lejos de las calles que terminan a las 6 am llenas de vómito y meados. La genta aquí sabe emborracharse. Los políticos y, sobre todo, los 10 mil que inundan Dupont Circle o Adams Morgan. Ahí, anoche, atestigué como un montón de hombres de color se pelearon con un hombre en silla de ruedas que cargaba una navaja hilada a uno de sus guantes. La policía miraba de reojo, sabedora también que eso del órden público es un invento de los ingenuos. Me gusta más Washington que Copenhague, Buenos Aires o Madrid. Aquí, en este epicentro de la mierda de occidente, la gente vive al final de los días, sabedora que no queda nada más que tocar los extremos de la cotidianeidad.
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17/09/07En Washington el cinismo es moneda común en el metro que corre en el subsuelo. Todos piden dinero, desde la sofisticada arquitectura del World Bank hasta los mendigos. Se trata de dinero, sabedora esta gente de que al final de cuentas en occidente es lo único que importa. En Washington manejan Aston Martins y Ferraris, pero lejos de las calles que terminan a las 6 am llenas de vómito y meados. La genta aquí sabe emborracharse. Los políticos y, sobre todo, los 10 mil que inundan Dupont Circle o Adams Morgan. Ahí, anoche, atestigué como un montón de hombres de color se pelearon con un hombre en silla de ruedas que cargaba una navaja hilada a uno de sus guantes. La policía miraba de reojo, sabedora también que eso del órden público es un invento de los ingenuos. Me gusta más Washington que Copenhague, Buenos Aires o Madrid. Aquí, en este epicentro de la mierda de occidente, la gente vive al final de los días, sabedora que no queda nada más que tocar los extremos de la cotidianeidad.
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