iEn uno de mis viajes a San Francisco, Francisco Morales me dijo algunas de las cosas que había aprendido en sus setentaytantos años de vida. El poeta vetusto, cúmulo de huesos y melancolía, se dirigía al chamaco cagado de la sonrisa egomaníaca con paciencia: "M'ijo, cuando te busques trabajo, búsquete uno que te joda, que te canse el cuerpo". Lo decía, seguro de que la nobleza de todo oficio radica, precisamente, en la capacidad que tiene de hacernos conscientes de nuestra fragilidad humana. Me lo dijo mientras mirábamos el paisaje atiborrado de viñedos, en donde más de un rodino cortaría matorrales entre espinazos y sudores. Franciso, ahora, no se qué estará haciendo. Yo, al menos, llego a casa de una caminata de la zona centro hasta el hípódromo. Es un recorrido que hace años no hacía y que me ha ilumnado respecto a lo que pensaba de esta ciudad mitad mito y mitad basura. Las calles de la prisa, las calles de la prisa, las calles de la prisa. Llego a tomarme una cerveza a casa y, cansado, comienzo a escribir este párrafo.
iiLlego de conversar con un grupo de estudiantes de la Ibero. Los he invitado a participar en el proyecto editorial Flor Caníbal. Cada uno de ellos posee un potencial extraño, propio de los talentos inquietos y ávidos. Me recuerda un poco a cuando yo estaba en la universidad y el camino a Playas de Tijuana era rojo o naranja, como si el cielo dijera que estaba próximo el fin del mundo. Entonces, había unas ganas enormes de hacerlo todo. De pistear hasta que el cuerpo terminada sangrado, drogarse hasta qel vómito se hiciera invisible, amar o cojer (en ese tiempo no había diferencia) hasta que tu sudor adquieira cierta invisibilidad, cierto olor a nada. Y todo eso lo veo lejos, y recuerdo mis amigos de entonces y las fiestas en casas enormes a donde íbamos al encuentro de chicas de sonrisas inhibidas, temerosas, como desconociendo la inminencia de ese mismo fin del mundo. He dicho c'est th end: el mismo que llegaba con el anochecer y luego con la madrugada y luego con las amanecidas en una taquería en no se donde. Era como si el mundo resurgiera perpetuamente de las cenizas, sin ganas, como un Ave Fénix malherido o dormitado. Lo recuerdo: las banquetas húmedas, los rasguños en la espalda.
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12/04/07