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Me vale madre o me vale verga, expresado desde las entrañas. Se trata de la más grande bendición que podemos ofrcernos a nosotros mismos. Ello no signifca emprender la huída. Más bien, hay que decirlo de frente a la vida y mirándole a los ojos.

Me gustan los blogs que narran la vida cotidiana de sus autores. En vez de post crípticos o sentimentales, he pensado escribir una bitácora de actividades diarias. Imitar lo que me gusta será como un reality on line, con la diferencia de que no tendré reciprocidad alguna, pues hasta la fecha este blog no tiene espacio para comments. Y no me interesa que lo tenga. Empezaría hablando de como destrozé la puerta de mi casa está mañana o de mi cena de antenoche con mis amigos en Cheripan o del sentimiento de culpabilidad que me cuesta trabajo hacer a un lado.

Conozco a dos personas que se persignan al pasar frente a una iglesia que está a un par de cuadras de Playas de Tijuana. Siempre que lo hacen conmigo a un lado me siento incómodo. A los 16 años me convertí al ateísmo o agnosticismo o como-sea-que-se-llame el cúmulo de convicciones espirituales que asumo día a día. Estaba en la preparatoria y leí a Nietzche con fervor. Hace un par de días, cuando un amigo me preguntó por teléfono que si lo había olvidado, pensé que sí y no lo dije. Pensé en las cosas que olvido todos los días. Pensé en eso viejo sifilítico cayéndose de un caballo, perdiendo la cordura. Pero pensar también es perder la cordura, le dije a mi amigo, que es psicoterapeuta, y también que entonces todo el mundo ha de estar enfermo. Pues sí, un poco. Eso es la furia.

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