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La belleza es el llamado que tenemos todos a ser dioses. Anoche, cuando acompañaba a Mayra Luna en su cumpleaños, Heriberto y yo platicamos sobre José José. Hablamos de la voz que sale del estómago de un jovencito de 18 años en un escenario atiborrado de músicos y colores pastel. Canta, es lo único que sabe hacer, distraído entre tantas mujeres que morirían por esa voz. De un segundo a otro se convierte en un hombre portentoso. La melodía se construye como flujo indestructible de vibratos en un registro de tenor. Anoche también soñé que llegaba a casa e invitaba a cierto amigo a quedarse para fumar un gallo. Pero para comprarlo, había que caminar hasta el hipódromo. Ahí, ví el futuro de las fiestas en Tijuana. La fiesta era estar en ambos lados de un cerco, tomando y ligando en plena calle. Todos en mi sueño son más jóvenes que mi amigo y yo, y pareciera que se desarrolla en el futuro. Hasta adentro del hipódromo, que en verdad es galgódromo, se extiende la misma fiesta. Adentro hay más gente y esa gente me inspira temor porque pienso que son tan impredecibles como el diablo. Mi amigo está borracho y necesito llevarlo afuera a que vomite. En el camino hacia la calle gopeo accidentalmente el hombro de un narcotraficante. El hombre me alega que yo insulté a su mamá, que dije tres veces madre. Ante mi desconcierto, un hombre drogado asiente. Con mayor razón necesito huir de ese lugar. Afuera, mi amigo tropieza. Al voltear, veo a un hombre desenfundado una pistola. Mi cuerpo se ha llenado de adrenalina y corro hacia él para quitarle el arma. En el fondo, la calle está mojada y refleja la luz de la luna. El piso brilla: eso también es la belleza.

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