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Grababa unos acordes en casa de Pepe, para sus demos del próximo disco de Nortec. Mientras escuchaba el sonido sencillo de las cuerdas sin la mezcla, pensé en el paradero de esas notas. No está muy claro si la industria discográfica impone del todo el gusto musical de las mayorías. Algo está muy claro: no se necesita ser un virtuoso, ni siquiera dominar el oficio musical, para poder vivir de las golosas ubres del estrellato (léase REIK o Justin Timberlake). Entonces ¿para qué molestarse en estudiar escalas durante horas? Será un poco de suerte o será la efectividad de repetir fórmulas sobadas por el mercado, pero cualquier cerote puede convertirse de la noche a la mañana en rockstar. No me interesa aquí ahondar en este fenómeno: es inútil escudriñar en lo evidente. Me interesa lo que respecta a la música solamente. Tengo la certeza de que la posteridad no guardará memoria de los artistas, sino de las piezas. Y es que tampoco es necesario ser Miles Davis para crear una melodía que sacuda aunque sea un poco el espíritu. Basta tener un poco de consciencia y un poco de sentido del humor. No hay más: pensar que se trata de inspiración o de genialidad es una mamada. No voy a caer en la ñoñería de decir que la música es pasión, pero sí creo que la música es fiesta y es claridad; es decir, es presente.
19/01/07

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