¿Cómo reconocer a una persona decente de un bribón? Casi nunca se sabe. En asuntos de dinero, la cuestión es más delicada: hasta el hombre más rico es capaz de traicionar a su socio por un mendrugo de pan. Mi sueño de emprender un negocio propio, típico de la clase media mexicana, no debe de pasar por alto la posibilidad de toparme con un traidor. No sólo basta asociarse con tu hermano o con tu madre: es imposible meter en el negocio a pura familia. No sólo por el hecho que hasta entre parientes se clavan dagas en la espalda, sino porque entre familiares afloran los rencores hogareños. Recuerdo cuando trabajé en cierto restaurante: atestigué cómo le buena fe del patrón, quien confiaba a su hijo el cuidado del establecimiento, era mancillada por su misma sangre: sin el menor recato, el seguro heredero despojaba como buitre las botellas más costosas de la barra. Al final del día, el patrón hasta lo premiaba con una palmada en la espalda, desconociendo los hurtos hormiga que sufría. El restaurantero era un imbécil, no cabe duda. Pero lo que tenía de imbécil también lo tuvo de ijoeputa: cuando el viejo regordete descubrió, meses después, el inmenso vacío en su cava de vinos extanjeros, tomó a su vástago por los tanagos y lo sacó al estacionamiento del restaurante. Ahí lo golpeó con un palo de golf hasta abrirle el cráneo. Dejó en claro a sus subordinados, incluyéndome a mí, que robarle era una mala idea.
05/01/07***