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Juan Carlos Reyna (Tijuana, 1980) es músico y escritor. Aunque despanzurra en numerosos periódicos y revistas, es en esta bitácora donde revela sus entrañas más agrestes, su intimidad acojonada.


Breve crónica de los mejores discos de la década Pt. 2
Cuando me hablaron por primera vez de Babasónicos no hice más que retorcerme de la náusea. El rock argentino ha sido excesivamente sobrevalorado, ya sea por aquellos que ven en Calamaro a un especie de genio sincopado, como por aquellos que adjudican a Cerati el mote de "poeta". Joder, no es para tanto. Mi generación sufrió mucho de este mal, aún persistente entre los melómanos alternativos. Recuerdo que hace nueve o diez años asistía cada jueves al Café del Mundo en Pueblo Amigo, antes de que se convirtiera en un karaoke afincado en la "ruta gastronómica" tijuanense. En ese entonces Tijuana era una fiesta: la cerveza fluía mientras nosotros, deseosos de que la noche no acabara, bebíamos y nos enamorábamos dolosamente de la chica que veíamos sentada sola en una barra. Una vez le envié un poema y no pasó nada: así aprendí que el romanticismo más ñoño no asegura el amor o el sexo. Pero en ese entonces cualquier noche bastaba para llenarme de vida. Bastaba estar ahí para sentirse parte de algo que ocurría en la ciudad, el atisbo de eso que llamamos "lo que vendrá" eternamente. Y lo recuerdo ahora porque en ese entonces todo mundo escuchaba rock argentino, mucho más sofisticado y fresa que el rock mexicano, con sus letras sobre el destino y la vida. Mi generación o al menos el círculo de personas con las que había entrado en contacto vivían todavía con sus papás en Lomas de Aguacaliente o en Chapultepéc: chicos Ibero Hip, resistiéndose a la fresada y gastando sus domingos en harapos fashionistas. El rock argentino me parecía exactamente igual a eso: su actitud pasmosamente snob y hediendo a cierto cosmopolitismo de provincia engrandecida. Tardaría esos nueve años para cambiar mi percepción absoluta, luego de escuchar Anoche (2005) de los Babasónicos. Rock que fluye por las humildes venas del folk elemental para ofrecernos acordes predecibles, pero por lo mismo doblemente conmovedores. A diferencia de los letristas bonarenses, siempre sumidos en el ultraísmo más dramático, el vocalista Adrián Dárgelos opta por un lirismo sin pretensiones e igualmente llegador. Descubrí el élepe recientemente, en el disco duro del ordenador de la agenica de publicidad donde trabajo. Luego lo escuché ininterrumpidamente en un vuelo de horas para que al llegar a cierto aeropuerto chileno no dejara de repetirlo en mi cabeza. Practicamente, se trata de un disco de viajes tanto físicos como memoriosos.
28/12/06
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