Entierros
Hay dos muertos que llevo en un costado de la espalda. Y no se trata de una figura metafórica. Literalmente, me duelen en los nervios engarrotados que devuelven la escoliosis que padecí hace algunos años. Es como si los cargara a todas partes. El primer muerto murió cuando pasé de la adolescencia a la adultez y todavía lo sigo pensando: mi viejo en mute, acostado en su cama y esperando a que le toque una pieza de Roland Dyens, poco antes de la embolia que le causaría un infarto. El segundo muerto murió hace apenas unos meses. Se trata de una mujer que usa faldas coloridas y que tiene una mirada con un brillo melancólico, siempre dispuesta al arrumaco. Ella todavía está viva fuera de mí. A ambos muertos no puedo sacarlos de mi cabeza. Incluso, los sueño. Yo no quería que se fueran, pero se fueron arrancados de un tajo sanguinario: tierra escurriendo de raíz. El duelo necesario me pone helado y me causa un pavor tremendo dejarlos ir. Difícil dejar de esperar a que los muertos se levanten.
07/03/06***