Tomé la decisión de apartarme de la vida culturosa por la abundancia de sin sentidos. La mayoría de quienes se dedican al "arte" lo hace porque el arte puede ser la mejor excusa para tirar un buen pari. Basta atender a la inauguración de una exposición o a la presentación de un libro de ensayo para conectar un buen perico, una buena peda o constatar que todavía hay personas que buscan un acostón con gente "creativa". El talento, oí decir en cierta ocasión, es un buen afrodisiaco. Nunca con alguno de mis colegas coolturosos, a excepción de tres personas, he podido entrablar una diálogo que me enriquezca en las dimensiones de la crítico o lo intelectual. Siempre me ha parecido igual platicar con el pintor fulano, el músico sutano y el escritor mengano, que hacerlo con mis amigos de la infancia (una bola de ignorantes que, sin embargo, sí saben pasársela mucho mejor). Hasta este punto del texto, tú, lector, podrás decir que qué hueva de bato. Que soy un tipo aburrido o amargado. Que no tiene de malo echarse unas cervezas. El problema es que cada día veo que el problema de la producción artística (en particular la tijuanense, ahora defendida por Raquel Tibol) tiene menos contenido crítico y sí más contenido cool: es decir, ideal para exportación.