Me dijeron ponte, maricón: ya ponte a trabajar. Y quería escribirlo, todo. Escribir y escribir hasta que me salieran ampollas en los dedos. Pero el mundo quería que trabajara porque no podía tomar el camino más sencillo, que es dejarme de pendejadas y vivir una vida feliz. Entonces me acosté con una mujer que se apellidaba Breton, Andrea. Ella llegó a mí y se me sentó en las piernas. Todos lo vieron, sorprendidos: Efrén, Carlos, mi hermano. Luis Fernando después me dijo que me tenía envidia. La mujer me besó de la nada y me pidió que la cuidara, que la llevara a un lugar más seguro. Estábamos en un antro nice, muy nice, que vendían bebidas de 70 pesos. L amujer se apellidaba Bretón (Andrea Breton ¡no es cura!) En Tijuana sólo hay tres lugares así, y unos 889 mil 480 cabroncitos como yo, que luego de andar cogiendo y cogiendo, se arrepienten de lo que hacen.